miércoles, 13 de marzo de 2019

Más allá de la errata


                                                          Más allá de la errata

                                                                                                                          Pedro Cabrera Cabrera

Unida al lenguaje escrito desde su aparición, la errata es uno de los motivos de desvelo en el ámbito editorial. “Demonio de la escritura” la llamó José Emilio Pacheco, mientras que Alfonso Reyes la denominaba “viciosa flora microbiana” (Zavala Ruiz, 2012: 387).

Indeseada, perniciosa, tenaz, la errata nos agobia cuando aparece en los actos de lectura como una mancha, un distractor, un ruido que obstaculiza el proceso de comunicación que debe propiciar todo libro, esa especie de complicidad y de entendimiento (o su contrario, el disenso) entre dos seres que buscan decirse algo mediante palabras en los espacios de una página o de una pantalla. La existencia de esas irregularidades que estropean o hacen accidentada y tortuosa la lectura justifican las diversas revisiones que se hacen a los textos destinados a la difusión.

El origen de la errata es múltiple: puede producirse en una gama de situaciones, desde el desconocimiento del autor hasta la intervención en algún momento de algún agente editorial bienintencionado. Por ejemplo, el editor de Carlos Fuentes en Alfaguara, Ramón Córdoba, contó cómo en una novela el autor mexicano atribuyó a un personaje la propiedad de una plantación de aguacate en el estado de Tabasco, planta que no se cultiva allí; después de advertirle del error, la plantación se cambió al estado de Michoacán, donde sí se cultiva aguacate. En el otro extremo, a veces una tilde en el monosílabo “fue” no es una errata que se haya escapado a los ojos del corrector, sino alguna enmienda del formador, quien agregó el signo ortográfico debido a que creyó que lo llevaba.

No obstante, cuando se utilizan grandes volúmenes de texto, como en el caso de los libros, los periódicos y las revistas, impresos o digitales, la posibilidad del error es alta, no sólo por la cantidad, sino también por la existencia de palabras con dos o más grafías, así como por la diversidad de criterios editoriales, que muestran la preferencia por el uso de determinados términos o tratamientos (por ejemplo, el uso de mayúsculas para voces como presidente o país). Eso genera la necesidad de revisar una y otra vez los textos. En algunos casos, como el ejemplo mostrado en el párrafo anterior, se trata de cuidar el prestigio de un escritor reconocido. Pero incluso, más allá de 2 eso, se encuentra el compromiso con el texto y, sobre todo, con el lector, como una muestra de respeto hacia quien adquiere y consume el texto, el lector, quien espera un producto que no genere mayores interferencias, sino que, al contrario, le proporcione una experiencia cognitiva o estética sin grandes distractores.

Para combatir las erratas y cualquier tipo de error, en la industria editorial se cuenta con una serie de operaciones que a grandes rasgos pueden dividirse en dos partes: antes y después de la formación, aunque no siempre se sigue este esquema temporal. En el primer caso se encuentra la corrección de estilo; en el segundo, la corrección de pruebas.

Respecto de la corrección de estilo, el editor Jorge Herralde (2001: 241), quien se refiere a ella con un término de la tradición sajona (editing), la describe a grandes rasgos como:

un trabajo sumamente delicado tanto a nivel de preparación literaria como de virtuosismo psicológico: en definitiva, se trata de mejorar un original, sugerir modificaciones, realzar unas partes, suprimir otras, todo lo cual implica que el original no es perfecto, lo que a menudo resulta inadmisible para el autor.

Por su parte, Bulmaro Reyes Coria (citado por Zavala Ruiz, 2012: 278) señala tres grandes labores de la corrección de estilo “a) busca eliminar las faltas de ortografía, b) esclarecer párrafos oscuros, y c) dar uniformidad a la obra”. Más preciso, Roberto Zavala Ruiz agrega unas consideraciones: corregir sin tergiversar el estilo del autor y sugerir cambios, antes que imponerlos, a la vez que especifica lo que debe llevar uniformidad: nombres (de personajes, lugares e instituciones); palabras que pueden escribirse de varias formas (alveolo y alvéolo, por ejemplo); uso de mayúsculas, minúsculas, cursivas, versalitas y negritas; tablas, cuadros, notas y fichas bibliográficas, así como el estilo editorial de la empresa que publica el texto: tratamiento de títulos y subtítulos, cornisas, uso de sangrías, abreviaturas, guarismos, fechas, neologismos, índices...

Además, añade otras labores del corrector de estilo: verificar que recibe completo el original; marcar la tipografía (tamaño de caja, familia, cuerpo, interlineado, blancos); corregir faltas de sintaxis (concordancia, coordinación); verificar que las llamadas se correspondan con las notas, así como la información que se proporciona en cuadros y texto; cuidar que se mantenga la secuencia de cuadros, fotografías y figuras; evitar repeticiones 3 que no agregan nada al desarrollo del texto, así como los extranjerismos, cacofonías y lugares comunes; confirmar la información de la bibliografía y de las notas.

Toda esta labor implica un gran esfuerzo y una gran inversión en tiempo y dinero, razones que algunos editores consideran que esgrimen las casas editoriales para evitar ofrecer productos bien cuidados. Por ejemplo, en el prólogo del Manual de edición literaria y no literaria (Sharpe y Gunther, 2005: XII), Richard Marek afirma que “la corrección de estilo está en vías de extinción” (y añade: igual que el arte de la buena escritura). Es difícil precisar si se trata de una tendencia general o de una visión apocalíptica sustentada en algunos pocos casos. Ante la duda, tal vez resulta conveniente recordar que justo es el valor agregado que proporciona el cuidado editorial lo que la edición puede ofrecer (junto con un diseño y una promoción profesionales) para mantenerse a flote en un mundo en que las nuevas tecnologías propician y hacen posible la autoedición y, con ello, estimulan la promesa de eliminar intermediarios entre el autor y el lector.

Si bien es cierto que el mundo digital e internet eliminan un conjunto de labores indispensables para el libro impreso, como la impresión y la distribución, una serie de elementos abonan en favor de mantener la especificidad del trabajo editorial y de otras labores, como la corrección: primero, aunque los autores decidan hacerse cargo de la edición, diseño, promoción y venta de sus textos, eso les restará tiempo para desarrollar lo que más les interesa, la escritura; son autores porque escriben y asumir otras labores va en contra de eso; segundo, las posibilidades y facilidades que genera la autoedición no eliminan la necesidad de ofrecer un texto lo más depurado posible, con la menor cantidad de erratas; tercero, persiste la necesidad de ofrecer productos diferenciados, con variaciones tipográficas que eviten la monotonía estética, lo que mantiene la necesidad de que sean profesionales especializados quienes asuman las labores de diseño y formación; por último, la edición no sólo constituye un paso intermedio entre el autor y el lector, sino que ofrece una serie de servicios dirigidos a favorecer la lectura: uniformidad de la obra, coherencia, sistematización, identidad...

La corrección de pruebas

Una vez formado o maquetado el texto, sigue un proceso de revisión y enmienda de errores ya no necesariamente gramaticales, de redacción o de sintaxis (si la corrección de estilo resolvió eficazmente los problemas de este tipo; si no fue así, es la oportunidad de 4 corregirlos), sino de verificar que el texto esté completo (mediante una lectura de cotejo) y se le hayan aplicado las disposiciones de estilo de la editorial, serie o colección (tipografía de títulos y subtítulos, tratamiento de números y cantidades, uso o no de cornisas, coincidencia del paginado con el índice), a la vez que se revisan y marcan elementos de la formación que deben cuidarse: como el interlineado, los estilos de párrafos, callejones, ríos, viudas, huérfanas, rosarios…

Zavala Ruiz (2012: 390) resume las labores de la corrección de pruebas:

se concretará a localizar las erratas o faltas del teclista, así como a evitar los errores más comunes de división de palabras y cifras, repeticiones de signos y letras a principio y fin de línea y, en fin, a advertir y enmendar errores de todo tipo.

Esta enumeración de la corrección de pruebas parece muy sencilla. Sin embargo, puede resultar muy compleja, según las características de la publicación, por ejemplo, si contiene, además de texto, datos estadísticos, cuadros, gráficas, fotografías, esquemas, cornisas y otros elementos gráficos. La cantidad de revisiones en esta etapa varía de acuerdo con cada editorial, pero también según la complejidad del texto y la experiencia del corrector; no obstante, el consenso general considera aceptable en la actualidad tres revisiones, denominadas primeras, segundas y terceras. Tal vez esta cantidad proviene de las tres o cuatro revisiones que tradicionalmente se hacían antes de que los textos se formaran en computadora y que tenían fines específicos, a decir de Gerardo Kloss (2009: 151):

a) La corrección de galeras, que este autor llama “una tarea de lectura comparativa”, que buscaba verificar “la integridad del texto; es decir, que cada parte del texto capturado se parezca lo más posible al original que entregó el autor”; en otras palabras, evitar saltos, omisiones y repeticiones. Una galera, por lo demás, como lo recuerda Kloss:

era la tira de tipografía fotocompuesta, que todavía no era cortada y pegada al tamaño de la caja en que aparecería finalmente. Pero aún antes, cuando las cosas se hacían en plomo, la galera era la primera prueba en letra de molde, la impresión en sucio, todavía sin formar ni acomodar (2009: 151).

Puede ser, como señala este autor, que siga funcionando la definición de que “una galera es la primera prueba en sucio del texto capturado”, aunque en la actualidad los procesos informáticos permiten contar con primeras pruebas en las que el texto se encuentra ya formado y, según las características del libro y del proceso editorial, cuente ya con los espacios para las ilustraciones (si es que las lleva).

b) Tras la captura de las correcciones de la revisión de galeras, podría generarse una contraprueba, para verificar que se capturaron las correcciones marcadas, aunque normalmente se obtenían las primeras planas, en las que se hacía la corrección para “encontrar errores tipográficos y ortotipográficos (además de continuar con la implacable cacería de erratas, que es el denominador común de todas las etapas)”, como lo afirma Kloss (2009: 157). En este caso se verificaba la formación de los pies de página, notas, cuadros, tablas, ilustraciones, gráficas, viudas, rosarios, líneas cerradas o abiertas, callejones, colas, ríos, etcétera.

c) Tras la captura de las correcciones de las primeras planas venía la lectura de segundas, en teoría “sólo para confirmar la inexistencia de errores” (Kloss, 2009, 161). No obstante, puede suceder que al introducir las correcciones se hayan generado otros errores o que éstos no se hayan capturado con el suficiente cuidado o que las marcas no hayan sido claras y hayan confundido a quien incorporaba las correcciones. En este caso se generaban unas terceras pruebas.

d) Finalmente se llegaba al momento en que se contaba con un texto libre de problemas y se obtenían las llamadas pruebas finas, que se imprimían en alta resolución, en láser, en papel couché (y no en bond, como las anteriores pruebas). Tras la revisión de estas pruebas, si se encontraban errores, se corregían las páginas en que estaban, sólo se imprimían las corregidas y se sustituían. Concluido esto, el original mecánico estaba listo para enviar a imprenta.

La figura del corrector

En las empresas editoriales que cuentan con personal de planta, llevan a cabo la corrección de estilo generalmente correctores experimentados (a veces incluso los editores) y el resto de las revisiones se dejan a correctores con menos experiencia.

No obstante, como lo señala Sofía de la Mora (2006: 668), el papel del corrector no siempre es visible y, menos aún, reconocido: “los correctores en general trabajan a la 6 sombra de un editor y no están en contacto con el objetivo-meta del autor, su participación resulta parcializada y poco efectiva”. Por lo regular los nombres de los correctores de estilo no aparecen en los créditos de los libros (menos aun los de los correctores de pruebas), aunque se trate de ediciones universitarias en las cuales se incluye una lista de funcionarios que no tienen ninguna relación directa o indirecta con la publicación. Tampoco los salarios de los correctores suelen ser elevados, aunque se les exija, como lo señala Zavala Ruiz (2012: 390), una sólida formación y una cultura general amplia, así como conocimientos gramaticales y de tipografía, algo que confirma y especifica De la Mora en un extenso ensayo sobre el tema:

se solicita con amplia experiencia tipográfica (uso adecuado de los recursos editoriales), que sea un buen lector (contacto con el libro y la legibilidad) y que tenga una preparación en redacción y ortografía. Por lo regular, se solicitan personas con estudios de nivel superior o maestría y expertos en el tema que se esté corrigiendo (2006: 674).

Además, a pesar de la labor que desempeñan los correctores en el mejoramiento de los originales, muchas veces sus relaciones con los autores no resultan las más satisfactorias. Como ejemplo, Mario Muchnik relata una experiencia curiosa cuando, como editor, corrigió un texto por 1968:

Una de mis primeras tareas fue la revisión editorial de un texto sobre la Mona Lisa. La acometí alborozado, empuñando un lápiz rojo. Cuando terminé la revisión llamé por teléfono al autor, que amablemente acudió a verme. Le mostré mis observaciones en rojo. Me escuchó con atención hasta el final, luego recogió su texto, sonrió, me dio la mano y se fue. A la media hora recibí un telefonazo de Robert [Laffont].
—Mario… Por favor, Mario… ¿Pero qué ha hecho? El autor acaba de salir de mi despacho. Estaba furibundo. Venga inmediatamente para aquí.
Robert no me sermoneó. Me pidió, solamente, que no corrigiera nunca a un autor. La política de la casa era publicar los textos sin cambios, por justificados que estos fueran. Los correctores de pruebas, ellos sí, podían sugerir cambios a los autores, que 7 a su vez podían aceptarlos o rehusarlos. Pero los editores debíamos limitarnos a comunicar nuestras ideas y reflexiones dentro de la casa: no a los autores (Muchnik, 2011).

El caso que relata Muchnik, aunque favorece la especificidad del trabajo de los correctores de pruebas, muestra también una práctica frecuente en las editoriales: que se haga cargo de la corrección un editor. El mismo sentido de desencuentro entre autor y corrector lo ilustra Vladimir Nabokov, quien no tenía precisamente una opinión favorable de los correctores:

Supongo que por editor entiende usted corrector de pruebas (...) Entre éstos he conocido criaturas limpias, de un tacto y una ternura sin límites, que discutían conmigo un punto y una coma como si se tratara de una cuestión de honor... y que muchas veces es, por cierto, una cuestión de arte, pero también he tropezado con algunos tan brutos y pomposos que intentaban hacerme “sugerencias” a las que me opongo fulminantemente con un ¡No cambiar! (citado en Herralde, 2001: 242-243).

Sin embargo, tales desencuentros, justificados o no, no deben descartar la importante labor y el esfuerzo que llevan a cabo los correctores, ya sea de estilo o de pruebas.

La revisión en los libros de texto

En la edición de libros de texto que llevo a cabo, por lo común realizo las siguientes operaciones de revisión: la primera, que se denomina edición, consiste en verificar que el texto trate los contenidos del programa de estudios de la asignatura correspondiente, que se ajuste al tamaño de página especificado en el plan de obra (un documento previo elaborado por el editor para planear la extensión de cada contenido del libro), que cuente con actividades (experimentales o no) y con información complementaria (secciones de la serie a la que pertenece el libro de texto, sitios o páginas web para realizar consultas). Se revisan las imágenes propuestas por el autor; se sustituyen o eliminan las que no se consideran pertinentes; se revisan o crean los pies de ilustración. En caso de que haya tiempo, se regresa el original con observaciones y sugerencias al autor; por lo regular éste es un paso que se omite, pues los libros se escriben y editan en muy poco tiempo (unos tres meses como máximo), casi siempre a ritmo acelerado, debido a que la Secretaría de Educación Pública (SEP) establece los tiempos de entrega.

Editado el material, se somete a la corrección de estilo, se solicitan las imágenes (a las que asigna una clave) y se elaboran la maqueta y las páginas maestras. El texto editado, con las sugerencias de la corrección de estilo incorporadas y con la clave de las ilustraciones se denomina dummy.

Aceptada la corrección de estilo, se envía el material a formación o diagramación (también se le ha llamado maquetación), proceso durante el cual se parte de las páginas maestras elaboradas por el equipo de diseño para formar las páginas de acuerdo con las especificaciones, y se agregan las imágenes.

El material formado pasa por lo general por tres revisiones denominadas primeras, segundas y terceras; aunque este número se considera el óptimo, pueden realizarse más revisiones (una o dos más), de acuerdo con la complejidad del original (a veces el texto requiere tratamientos más profundos, pues puede estar mal redactado desde el inicio) o la experiencia del editor (alguien más experimentado tiende a reducir el número de revisiones).

La primera actividad que se realiza durante la primera lectura es el cotejo, es decir, la confrontación del material formado con el dummy. Con éste se verifica que el contenido incluido en el dummy se transfirió completo durante la formación a las páginas. Luego se ajusta el texto al tamaño de la página, pues no siempre se cuenta con el cálculo tipográfico, a veces éste no resulta preciso o las ilustraciones requieren un tamaño mayor al destinado originalmente. En ocasiones es posible modificar en este momento los pies de ilustración. A veces las ilustraciones no están listas o no están completas y se revisa el material con el fin de avanzar en la revisión del texto.

Las correcciones se capturan y se obtiene una nueva versión, que se someterá a la segunda lectura. En este caso, se verifica que las correcciones se hayan incorporado y no se haya incurrido en nuevos errores; si así fue, se vuelven a marcar las páginas; continúa la revisión de errores ortotipográficos, plecas, pies de ilustración, imágenes, bibliografía, títulos, titulillos, entre otros. El material se regresa los formadores para que capturen las marcas.

Durante la tercera lectura se verifica que las correcciones marcadas se hayan incorporado satisfactoriamente; si no fue así, se vuelven a marcar las omisiones y se señalan los nuevos errores. En esta etapa es esperable que las correcciones sean mínimas, pues el libro ya ha pasado por varias correcciones.

Concluida la labor del editor, las gerencias de Diseño y de Secundaria revisan el libro; en el primer caso, de los elementos gráficos, su disposición en la página, la calidad de reproducción de las imágenes, el respeto a los lineamientos del diseño establecidos en las páginas maestras. En el segundo caso, la revisión incluye: faltas de ortografía en los elementos más notorios (títulos, titulillos), unificación de criterios (por ejemplo, en la incorporación de las fechas de consulta de las páginas de internet), que el índice corresponda con el programa de la asignatura y con los títulos que hay en los interiores, entre otras cuestiones. Si hay errores, se hacen las enmiendas y al final sólo se coteja que se hayan capturado correctamente.

El siguiente paso es la revisión de plotters. Consiste en confrontar el libro aprobado por las gerencias de Diseño y de Secundaria con las páginas enviadas por Producción. Se revisa que los elementos del impreso se encuentren tal cual en el plotter. Si no es así, se solicitan las enmiendas, sobre todo si se relacionan con descuidos del área de producción. Si hay erratas, no siempre se corrigen, pues se considera que ya no es el momento de llevarlas a cabo. No obstante, en los libros de texto de primaria la gerencia ha permitido en ocasiones la corrección de hasta diez páginas con errores de edición, aunque no hay un criterio establecido.

En 2013 y 2014, a este proceso se agregaron dos correcciones más, a partir del escándalo de los 117 errores en los libros de texto de primaria elaborados por la SEP. Una corrección se denominó lectura cruzada y consistió en que un área leyó los libros que había presentado a evaluación otra área; por lo general, se corrigieron errores de dedo y de formato, aunque también se señalaron repeticiones de texto y algunos problemas de concepto.

Posteriormente, se llevó a cabo una lectura externa: editores o correctores externos revisaron cada libro y detectaron incongruencias, errores ortotipográficos, de formación, de seguimiento de los criterios del manual de estilo, entre otros. Tras estas revisiones, puede decirse que los libros de texto de secundaria que se encuentran en el aula tienen una mayor calidad y pueden cumplir su cometido educativo.

Bibliografía

De la Mora, Sofía (2006). “El estilo del corrector”, en Anuario de Investigación 2005. UAM Xochimilco, México, pp. 666-681.
Herralde, Jorge (2001). Opiniones mohicanas. El Acantilado, Barcelona.
Kloss Fernández del Castillo, Gerardo (2009). Entre el diseño y la edición. Tradición cultural e innovación tecnológica en el diseño editorial. Universidad Autónoma Metropolitana, México.
Sharpe, Leslie T. e Irene Gunther (2005). Manual de edición literaria y no literaria. Colección Libros sobre libros, Fondo de Cultura Económica, México.

Zavala Ruiz, Roberto (2012). El libro y sus orillas. Tipografía, originales, redacción, corrección de estilo y de pruebas. Colección Libros sobre libros, Fondo de Cultura Económica, México.