Pedro Cabrera Cabrera
Unida al lenguaje escrito
desde su aparición, la errata es uno de los motivos de desvelo en el ámbito
editorial. “Demonio de la escritura” la llamó José Emilio Pacheco, mientras que
Alfonso Reyes la denominaba “viciosa flora microbiana” (Zavala Ruiz, 2012:
387).
Indeseada, perniciosa,
tenaz, la errata nos agobia cuando aparece en los actos de lectura como una
mancha, un distractor, un ruido que obstaculiza el proceso de comunicación que
debe propiciar todo libro, esa especie de complicidad y de entendimiento (o su
contrario, el disenso) entre dos seres que buscan decirse algo mediante
palabras en los espacios de una página o de una pantalla. La existencia de esas
irregularidades que estropean o hacen accidentada y tortuosa la lectura
justifican las diversas revisiones que se hacen a los textos destinados a la
difusión.
El origen de la errata es
múltiple: puede producirse en una gama de situaciones, desde el desconocimiento
del autor hasta la intervención en algún momento de algún agente editorial
bienintencionado. Por ejemplo, el editor de Carlos Fuentes en Alfaguara, Ramón
Córdoba, contó cómo en una novela el autor mexicano atribuyó a un personaje la
propiedad de una plantación de aguacate en el estado de Tabasco, planta que no
se cultiva allí; después de advertirle del error, la plantación se cambió al
estado de Michoacán, donde sí se cultiva aguacate. En el otro extremo, a veces
una tilde en el monosílabo “fue” no es una errata que se haya escapado a los
ojos del corrector, sino alguna enmienda del formador, quien agregó el signo
ortográfico debido a que creyó que lo llevaba.
No obstante, cuando se
utilizan grandes volúmenes de texto, como en el caso de los libros, los
periódicos y las revistas, impresos o digitales, la posibilidad del error es
alta, no sólo por la cantidad, sino también por la existencia de palabras con
dos o más grafías, así como por la diversidad de criterios editoriales, que
muestran la preferencia por el uso de determinados términos o tratamientos (por
ejemplo, el uso de mayúsculas para voces como presidente o país). Eso genera la
necesidad de revisar una y otra vez los textos. En algunos casos, como el
ejemplo mostrado en el párrafo anterior, se trata de cuidar el prestigio de un
escritor reconocido. Pero incluso, más allá de 2 eso, se encuentra el
compromiso con el texto y, sobre todo, con el lector, como una muestra de
respeto hacia quien adquiere y consume el texto, el lector, quien espera un
producto que no genere mayores interferencias, sino que, al contrario, le
proporcione una experiencia cognitiva o estética sin grandes distractores.
Para combatir las erratas y
cualquier tipo de error, en la industria editorial se cuenta con una serie de
operaciones que a grandes rasgos pueden dividirse en dos partes: antes y
después de la formación, aunque no siempre se sigue este esquema temporal. En
el primer caso se encuentra la corrección de estilo; en el segundo, la
corrección de pruebas.
Respecto de la corrección de
estilo, el editor Jorge Herralde (2001: 241), quien se refiere a ella con un
término de la tradición sajona (editing),
la describe a grandes rasgos como:
un trabajo
sumamente delicado tanto a nivel de preparación literaria como de virtuosismo
psicológico: en definitiva, se trata de mejorar un original, sugerir
modificaciones, realzar unas partes, suprimir otras, todo lo cual implica que
el original no es perfecto, lo que a menudo resulta inadmisible para el autor.
Por su parte, Bulmaro Reyes
Coria (citado por Zavala Ruiz, 2012: 278) señala tres grandes labores de la
corrección de estilo “a) busca eliminar las faltas de ortografía, b) esclarecer
párrafos oscuros, y c) dar uniformidad a la obra”. Más preciso, Roberto Zavala
Ruiz agrega unas consideraciones: corregir sin tergiversar el estilo del autor
y sugerir cambios, antes que imponerlos, a la vez que especifica lo que debe
llevar uniformidad: nombres (de personajes, lugares e instituciones); palabras
que pueden escribirse de varias formas (alveolo y alvéolo, por ejemplo); uso de
mayúsculas, minúsculas, cursivas, versalitas y negritas; tablas, cuadros, notas
y fichas bibliográficas, así como el estilo editorial de la empresa que publica
el texto: tratamiento de títulos y subtítulos, cornisas, uso de sangrías,
abreviaturas, guarismos, fechas, neologismos, índices...
Además, añade otras labores
del corrector de estilo: verificar que recibe completo el original; marcar la
tipografía (tamaño de caja, familia, cuerpo, interlineado, blancos); corregir
faltas de sintaxis (concordancia, coordinación); verificar que las llamadas se
correspondan con las notas, así como la información que se proporciona en cuadros
y texto; cuidar que se mantenga la secuencia de cuadros, fotografías y figuras;
evitar repeticiones 3 que no agregan nada al desarrollo del texto, así como los
extranjerismos, cacofonías y lugares comunes; confirmar la información de la
bibliografía y de las notas.
Toda esta labor implica un
gran esfuerzo y una gran inversión en tiempo y dinero, razones que algunos
editores consideran que esgrimen las casas editoriales para evitar ofrecer
productos bien cuidados. Por ejemplo, en el prólogo del Manual de edición
literaria y no literaria (Sharpe y Gunther, 2005: XII), Richard Marek afirma
que “la corrección de estilo está en vías de extinción” (y añade: igual que el
arte de la buena escritura). Es difícil precisar si se trata de una tendencia
general o de una visión apocalíptica sustentada en algunos pocos casos. Ante la
duda, tal vez resulta conveniente recordar que justo es el valor agregado que
proporciona el cuidado editorial lo que la edición puede ofrecer (junto con un
diseño y una promoción profesionales) para mantenerse a flote en un mundo en
que las nuevas tecnologías propician y hacen posible la autoedición y, con
ello, estimulan la promesa de eliminar intermediarios entre el autor y el
lector.
Si bien es cierto que el
mundo digital e internet eliminan un conjunto de labores indispensables para el
libro impreso, como la impresión y la distribución, una serie de elementos
abonan en favor de mantener la especificidad del trabajo editorial y de otras
labores, como la corrección: primero, aunque los autores decidan hacerse cargo
de la edición, diseño, promoción y venta de sus textos, eso les restará tiempo
para desarrollar lo que más les interesa, la escritura; son autores porque
escriben y asumir otras labores va en contra de eso; segundo, las posibilidades
y facilidades que genera la autoedición no eliminan la necesidad de ofrecer un
texto lo más depurado posible, con la menor cantidad de erratas; tercero,
persiste la necesidad de ofrecer productos diferenciados, con variaciones
tipográficas que eviten la monotonía estética, lo que mantiene la necesidad de
que sean profesionales especializados quienes asuman las labores de diseño y
formación; por último, la edición no sólo constituye un paso intermedio entre
el autor y el lector, sino que ofrece una serie de servicios dirigidos a
favorecer la lectura: uniformidad de la obra, coherencia, sistematización,
identidad...
La corrección de pruebas
Una vez formado o maquetado
el texto, sigue un proceso de revisión y enmienda de errores ya no
necesariamente gramaticales, de redacción o de sintaxis (si la corrección de
estilo resolvió eficazmente los problemas de este tipo; si no fue así, es la
oportunidad de 4 corregirlos), sino de verificar que el texto esté completo
(mediante una lectura de cotejo) y se le hayan aplicado las disposiciones de
estilo de la editorial, serie o colección (tipografía de títulos y subtítulos,
tratamiento de números y cantidades, uso o no de cornisas, coincidencia del
paginado con el índice), a la vez que se revisan y marcan elementos de la formación
que deben cuidarse: como el interlineado, los estilos de párrafos, callejones,
ríos, viudas, huérfanas, rosarios…
Zavala Ruiz (2012: 390)
resume las labores de la corrección de pruebas:
se
concretará a localizar las erratas o faltas del teclista, así como a evitar los
errores más comunes de división de palabras y cifras, repeticiones de signos y
letras a principio y fin de línea y, en fin, a advertir y enmendar errores de
todo tipo.
Esta enumeración de la
corrección de pruebas parece muy sencilla. Sin embargo, puede resultar muy
compleja, según las características de la publicación, por ejemplo, si
contiene, además de texto, datos estadísticos, cuadros, gráficas, fotografías,
esquemas, cornisas y otros elementos gráficos. La cantidad de revisiones en
esta etapa varía de acuerdo con cada editorial, pero también según la
complejidad del texto y la experiencia del corrector; no obstante, el consenso
general considera aceptable en la actualidad tres revisiones, denominadas
primeras, segundas y terceras. Tal vez esta cantidad proviene de las tres o
cuatro revisiones que tradicionalmente se hacían antes de que los textos se
formaran en computadora y que tenían fines específicos, a decir de Gerardo
Kloss (2009: 151):
a) La
corrección de galeras, que este autor llama “una tarea de lectura comparativa”,
que buscaba verificar “la integridad del texto; es decir, que cada parte del
texto capturado se parezca lo más posible al original que entregó el autor”; en
otras palabras, evitar saltos, omisiones y repeticiones. Una galera, por lo
demás, como lo recuerda Kloss:
era la
tira de tipografía fotocompuesta, que todavía no era cortada y pegada al tamaño
de la caja en que aparecería finalmente. Pero aún antes, cuando las cosas se
hacían en plomo, la galera era la primera prueba en letra de molde, la
impresión en sucio, todavía sin formar ni acomodar (2009: 151).
Puede ser, como señala este
autor, que siga funcionando la definición de que “una galera es la primera
prueba en sucio del texto capturado”, aunque en la actualidad los procesos
informáticos permiten contar con primeras pruebas en las que el texto se
encuentra ya formado y, según las características del libro y del proceso
editorial, cuente ya con los espacios para las ilustraciones (si es que las
lleva).
b) Tras la
captura de las correcciones de la revisión de galeras, podría generarse una
contraprueba, para verificar que se capturaron las correcciones marcadas,
aunque normalmente se obtenían las primeras planas, en las que se hacía la
corrección para “encontrar errores tipográficos y ortotipográficos (además de
continuar con la implacable cacería de erratas, que es el denominador común de
todas las etapas)”, como lo afirma Kloss (2009: 157). En este caso se
verificaba la formación de los pies de página, notas, cuadros, tablas,
ilustraciones, gráficas, viudas, rosarios, líneas cerradas o abiertas,
callejones, colas, ríos, etcétera.
c) Tras la
captura de las correcciones de las primeras planas venía la lectura de
segundas, en teoría “sólo para confirmar la inexistencia de errores” (Kloss,
2009, 161). No obstante, puede suceder que al introducir las correcciones se
hayan generado otros errores o que éstos no se hayan capturado con el
suficiente cuidado o que las marcas no hayan sido claras y hayan confundido a quien
incorporaba las correcciones. En este caso se generaban unas terceras pruebas.
d) Finalmente se llegaba al
momento en que se contaba con un texto libre de problemas y se obtenían las
llamadas pruebas finas, que se imprimían en alta resolución, en láser, en papel
couché (y no en bond, como las
anteriores pruebas). Tras la revisión de estas pruebas, si se encontraban
errores, se corregían las páginas en que estaban, sólo se imprimían las
corregidas y se sustituían. Concluido esto, el original mecánico estaba listo para
enviar a imprenta.
La figura del corrector
En las empresas editoriales
que cuentan con personal de planta, llevan a cabo la corrección de estilo
generalmente correctores experimentados (a veces incluso los editores) y el
resto de las revisiones se dejan a correctores con menos experiencia.
No obstante, como lo señala
Sofía de la Mora (2006: 668), el papel del corrector no siempre es visible y,
menos aún, reconocido: “los correctores en general trabajan a la 6 sombra de un
editor y no están en contacto con el objetivo-meta del autor, su participación
resulta parcializada y poco efectiva”. Por lo regular los nombres de los
correctores de estilo no aparecen en los créditos de los libros (menos aun los
de los correctores de pruebas), aunque se trate de ediciones universitarias en
las cuales se incluye una lista de funcionarios que no tienen ninguna relación
directa o indirecta con la publicación. Tampoco los salarios de los correctores
suelen ser elevados, aunque se les exija, como lo señala Zavala Ruiz (2012:
390), una sólida formación y una cultura general amplia, así como conocimientos
gramaticales y de tipografía, algo que confirma y especifica De la Mora en un
extenso ensayo sobre el tema:
se
solicita con amplia experiencia tipográfica (uso adecuado de los recursos
editoriales), que sea un buen lector (contacto con el libro y la legibilidad) y
que tenga una preparación en redacción y ortografía. Por lo regular, se
solicitan personas con estudios de nivel superior o maestría y expertos en el
tema que se esté corrigiendo (2006: 674).
Además, a pesar de la labor
que desempeñan los correctores en el mejoramiento de los originales, muchas
veces sus relaciones con los autores no resultan las más satisfactorias. Como
ejemplo, Mario Muchnik relata una experiencia curiosa cuando, como editor,
corrigió un texto por 1968:
Una de mis
primeras tareas fue la revisión editorial de un texto sobre la Mona Lisa. La
acometí alborozado, empuñando un lápiz rojo. Cuando terminé la revisión llamé
por teléfono al autor, que amablemente acudió a verme. Le mostré mis
observaciones en rojo. Me escuchó con atención hasta el final, luego recogió su
texto, sonrió, me dio la mano y se fue. A la media hora recibí un telefonazo de
Robert [Laffont].
—Mario…
Por favor, Mario… ¿Pero qué ha hecho? El autor acaba de salir de mi despacho.
Estaba furibundo. Venga inmediatamente para aquí.
Robert no
me sermoneó. Me pidió, solamente, que no corrigiera nunca a un autor. La
política de la casa era publicar los textos sin cambios, por justificados que
estos fueran. Los correctores de pruebas, ellos sí, podían sugerir cambios a
los autores, que 7 a su vez podían aceptarlos o rehusarlos. Pero los editores
debíamos limitarnos a comunicar nuestras ideas y reflexiones dentro de la casa:
no a los autores (Muchnik, 2011).
El caso que relata Muchnik,
aunque favorece la especificidad del trabajo de los correctores de pruebas,
muestra también una práctica frecuente en las editoriales: que se haga cargo de
la corrección un editor. El mismo sentido de desencuentro entre autor y
corrector lo ilustra Vladimir Nabokov, quien no tenía precisamente una opinión
favorable de los correctores:
Supongo
que por editor entiende usted corrector de pruebas (...) Entre éstos he
conocido criaturas limpias, de un tacto y una ternura sin límites, que
discutían conmigo un punto y una coma como si se tratara de una cuestión de
honor... y que muchas veces es, por cierto, una cuestión de arte, pero también
he tropezado con algunos tan brutos y pomposos que intentaban hacerme
“sugerencias” a las que me opongo fulminantemente con un ¡No cambiar! (citado
en Herralde, 2001: 242-243).
Sin embargo, tales
desencuentros, justificados o no, no deben descartar la importante labor y el
esfuerzo que llevan a cabo los correctores, ya sea de estilo o de pruebas.
La revisión en los libros de texto
En la edición de libros de
texto que llevo a cabo, por lo común realizo las siguientes operaciones de
revisión: la primera, que se denomina edición, consiste en verificar que el
texto trate los contenidos del programa de estudios de la asignatura
correspondiente, que se ajuste al tamaño de página especificado en el plan de
obra (un documento previo elaborado por el editor para planear la extensión de
cada contenido del libro), que cuente con actividades (experimentales o no) y
con información complementaria (secciones de la serie a la que pertenece el
libro de texto, sitios o páginas web para realizar consultas). Se revisan las
imágenes propuestas por el autor; se sustituyen o eliminan las que no se
consideran pertinentes; se revisan o crean los pies de ilustración. En caso de
que haya tiempo, se regresa el original con observaciones y sugerencias al
autor; por lo regular éste es un paso que se omite, pues los libros se escriben
y editan en muy poco tiempo (unos tres meses como máximo), casi siempre a ritmo
acelerado, debido a que la Secretaría de Educación Pública (SEP) establece los
tiempos de entrega.
Editado el material, se
somete a la corrección de estilo, se solicitan las imágenes (a las que asigna
una clave) y se elaboran la maqueta y las páginas maestras. El texto editado,
con las sugerencias de la corrección de estilo incorporadas y con la clave de
las ilustraciones se denomina dummy.
Aceptada la corrección de
estilo, se envía el material a formación o diagramación (también se le ha
llamado maquetación), proceso durante el cual se parte de las páginas maestras
elaboradas por el equipo de diseño para formar las páginas de acuerdo con las
especificaciones, y se agregan las imágenes.
El material formado pasa por
lo general por tres revisiones denominadas primeras, segundas y terceras;
aunque este número se considera el óptimo, pueden realizarse más revisiones
(una o dos más), de acuerdo con la complejidad del original (a veces el texto
requiere tratamientos más profundos, pues puede estar mal redactado desde el
inicio) o la experiencia del editor (alguien más experimentado tiende a reducir
el número de revisiones).
La primera actividad que se
realiza durante la primera lectura es el cotejo, es decir, la confrontación del
material formado con el dummy. Con
éste se verifica que el contenido incluido en el dummy se transfirió completo durante la formación a las páginas.
Luego se ajusta el texto al tamaño de la página, pues no siempre se cuenta con
el cálculo tipográfico, a veces éste no resulta preciso o las ilustraciones
requieren un tamaño mayor al destinado originalmente. En ocasiones es posible
modificar en este momento los pies de ilustración. A veces las ilustraciones no
están listas o no están completas y se revisa el material con el fin de avanzar
en la revisión del texto.
Las correcciones se capturan
y se obtiene una nueva versión, que se someterá a la segunda lectura. En este
caso, se verifica que las correcciones se hayan incorporado y no se haya
incurrido en nuevos errores; si así fue, se vuelven a marcar las páginas;
continúa la revisión de errores ortotipográficos, plecas, pies de ilustración,
imágenes, bibliografía, títulos, titulillos, entre otros. El material se
regresa los formadores para que capturen las marcas.
Durante la tercera lectura
se verifica que las correcciones marcadas se hayan incorporado
satisfactoriamente; si no fue así, se vuelven a marcar las omisiones y se señalan
los nuevos errores. En esta etapa es esperable que las correcciones sean
mínimas, pues el libro ya ha pasado por varias correcciones.
Concluida la labor del
editor, las gerencias de Diseño y de Secundaria revisan el libro; en el primer
caso, de los elementos gráficos, su disposición en la página, la calidad de
reproducción de las imágenes, el respeto a los lineamientos del diseño
establecidos en las páginas maestras. En el segundo caso, la revisión incluye:
faltas de ortografía en los elementos más notorios (títulos, titulillos),
unificación de criterios (por ejemplo, en la incorporación de las fechas de
consulta de las páginas de internet), que el índice corresponda con el programa
de la asignatura y con los títulos que hay en los interiores, entre otras
cuestiones. Si hay errores, se hacen las enmiendas y al final sólo se coteja
que se hayan capturado correctamente.
El siguiente paso es la
revisión de plotters. Consiste en confrontar el libro aprobado por las
gerencias de Diseño y de Secundaria con las páginas enviadas por Producción. Se
revisa que los elementos del impreso se encuentren tal cual en el plotter. Si
no es así, se solicitan las enmiendas, sobre todo si se relacionan con
descuidos del área de producción. Si hay erratas, no siempre se corrigen, pues
se considera que ya no es el momento de llevarlas a cabo. No obstante, en los
libros de texto de primaria la gerencia ha permitido en ocasiones la corrección
de hasta diez páginas con errores de edición, aunque no hay un criterio
establecido.
En 2013 y 2014, a este
proceso se agregaron dos correcciones más, a partir del escándalo de los 117
errores en los libros de texto de primaria elaborados por la SEP. Una
corrección se denominó lectura cruzada y consistió en que un área leyó los
libros que había presentado a evaluación otra área; por lo general, se
corrigieron errores de dedo y de formato, aunque también se señalaron
repeticiones de texto y algunos problemas de concepto.
Posteriormente, se llevó a
cabo una lectura externa: editores o correctores externos revisaron cada libro
y detectaron incongruencias, errores ortotipográficos, de formación, de
seguimiento de los criterios del manual de estilo, entre otros. Tras estas
revisiones, puede decirse que los libros de texto de secundaria que se
encuentran en el aula tienen una mayor calidad y pueden cumplir su cometido
educativo.
Bibliografía
De la Mora, Sofía (2006).
“El estilo del corrector”, en Anuario de Investigación
2005. UAM Xochimilco, México, pp. 666-681.
Herralde, Jorge (2001). Opiniones mohicanas. El Acantilado,
Barcelona.
Kloss Fernández del
Castillo, Gerardo (2009). Entre el diseño
y la edición. Tradición cultural e innovación tecnológica en el diseño
editorial. Universidad Autónoma Metropolitana, México.
Sharpe, Leslie T. e Irene
Gunther (2005). Manual de edición
literaria y no literaria. Colección Libros sobre libros, Fondo de Cultura
Económica, México.
Zavala Ruiz, Roberto (2012).
El libro y sus orillas. Tipografía,
originales, redacción, corrección de estilo y de pruebas. Colección
Libros sobre libros, Fondo de Cultura Económica, México.
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