Roberto Martínez y Pedro Cabrera
En pleno Bajío, cerca de los límites entre Michoacán y Guanajuato, al pie de un pequeño cerro, se encuentra una localidad que actualmente, aún con muchos aspectos rurales, se urbaniza y crece, a pesar de la constante migración de sus habitantes, sobre todo a Estados Unidos. Se trata de El Varal de Cabrera, situado en el municipio de Abasolo, Guanajuato, a escasos kilómetros del río Lerma, y colindante con poblaciones de menor tamaño como Las Pomas Viejas, Las Maravillas, El Llano, El Manicomio y San Fernando.[1]
Estas comunidades, más otras de la región como Las Maritas, Berumbo, Las Pomas Nuevas, Cerritos de Aceves, El Rincón de Martínez, El Rancho de los Morales, Ojos de Agua, El Gato, el Rancho de Guadalupe, El Durazno o El Salitre, comparten costumbres y tradiciones, y sus orígenes e historia se enlazan y emparentan en distintos momentos, al igual que las familias que las pueblan. En general, puede decirse que se trata de asentamientos relativamente nuevos (tal vez fundados los más antiguos hacia el último tercio del siglo XIX), conformados por los descendientes de los peones y medieros que trabajaban en las haciendas de la región y de quienes llegaron con el reparto agrario.
Aunque se sabe de algunos hallazgos de tumbas indígenas, pocos rastros quedan debido al saqueo y a la poca valoración del pasado nativo. En todo caso, la reconstrucción del pasado local tendrá que considerar los descubrimientos que arroje la exploración de los sitios arqueológicos más próximos: Plazuelas, en el municipio de Pénjamo, y los de La Labor de Peralta, en el municipio de Abasolo. En el presente texto se recupera el contenido de algunas conversaciones sostenidas por Roberto Martínez con Daniel Zavala, Ignacio Cabrera y Pedro Cabrera Mireles, habitantes de El Varal. A su vez, la entrevista con Daniel Zavala recupera información proporcionada por Celedonio Uribe, quien vive en la cabecera municipal de Abasolo y es descendiente de los hacendados, antiguos propietarios de las tierras donde se ubican las actuales localidades.
El origen común: Las Maravillas
La hacienda de Las Maravillas, que actualmente es un caserío conformado por 20 casas apiñadas sin orden ni concierto, sería la génesis de un asentamiento de mayor envergadura, pero que en ese entonces aún no existía. Las Maravillas surge hacia la década de los setenta del siglo XIX. El hacendado don Manuel Cabrera, a la sazón dueño de la hacienda, llegado de Pénjamo, tenía dos hijas hermosas, de cabelleras como cascadas y educadas como princesas prehispánicas. La gente decía al verlas: “¡Estas niñas son unas maravillas! ¡Qué maravillosas niñas!”. Al escuchar tantas expresiones elogiosas, don Manuel se dijo: “Ya está el nombre de la hacienda: se llamará Las Maravillas, en honor a mis maravillosas niñas”.
Por esos mismos años, aproximadamente en 1875, el mismo don Manuel Cabrera, que en forma paradójica no tiene nada que ver con los Cabrera actuales de Maravillas y de El Varal, empezó a repartir terrenos de la hacienda entre sus hijos. A don Jesús Cabrera hijo le tocaron los terrenos que hoy son ocupados por la iglesia de El Varal y la parte central de esta localidad. En los terrenos que hoy en día ocupa la casa de Filemón Alvarado (mejor conocido como el Quince), don Manuel Cabrera construyó una noria que pervivió hasta bien entrado el siglo XX; en la década de los ochenta fue enterrada y con ello borrado el acto originario de lo que hoy se conoce como El Varal.
El origen del nombre de la población surge como una cosa natural. En esa época, en el lugar crecía como plaga una planta llamada por los lugareños “vara de San José” (su nombre científico es Alcea rosea), una malvácea de amplias hojas recortadas con cinco bordes y de flores de distintos colores: blancas, rosas, guinda y matizadas.[2] Fue el mismo don Manuel, al concluir la noria, quien dijo: “Este lugar se llamará El Varal”. Aunque ya no abundan como en ese tiempo, a la fecha se siguen cultivando como plantas de ornato. Con la noria construida, ya ha surgido el nombre de El Varal, aún sin el Cabrera, apellido que se le agregaría mucho tiempo después.
Ya dueño de esas tierras, don Jesús Cabrera construyó unas caballerizas en los terrenos hoy ocupados por la iglesia y las casas de Eva Espitia, Porfirio Espitia (finado) y Guadalupe Rangel. También ahí se levantaron habitaciones con un patio central. Así se inicia la insólita aventura de un lugar en el cual muchas mujeres y hombres han construido y destruido sus vidas, donde la fiebre y la magia han consumido muchos hombres que codiciaban magnánimos el acero o el resplandor de la riqueza. Esta tierra, antes ocupada por seres reales pero en estos tiempos sin nombre, de piel cobriza, que fueron desalojados y muertos con violencia atroz por invasores llegados allende del mar, que se asentaron y acamparon para siempre. Esta zona de frontera entre culturas: chichimecas, purépechas, ñañús y tal vez otros que no sabemos, que han dejado su huella con algunos nombres, ecos de sonoros lenguajes milenarios: Huanímaro, Pénjamo, Berumbo…
Con la llegada a estas tierras de gente extraña y cruel termina la primera parte de esta historia; desafortunadamente tenemos muy pocos rastros de los seres alucinantes que la habitaron, pues no contamos con el registro de sus vidas ni de sus nombres propios, y apenas atisbamos un poco sus obras. Acaso sólo como reminiscencias de sus esplendores apenas empezamos a descubrir muros, pirámides, vasijas, piedras talladas y esculturas que con una terquedad mágica de tanto en tanto nos recuerdan lo que una vez fuimos y quizá lo que también llegaremos a ser. Por supuesto, también será necesario reconstruir por referencias el periodo colonial de estas tierras.
No obstante, propiamente dicha, la historia de El Varal va aparejada con el inicio de la época del porfiriato en el país. Don Porfirio Díaz iniciaba sus primeros días en el poder en la Ciudad de México y en El Varal se construían las primeras casas de sus habitantes primigenios: las habitaciones de don Jesús Cabrera en terrenos hoy ocupados por la iglesia del rancho y posteriormente la casa de don Jesús Camacho en terrenos hoy ocupados por Pedro Cabrera (finado) y Trinidad Cabrera, descendientes de medieros, es decir, de campesinos sin tierra que cultivaban terrenos generalmente de propiedad de hacendados, con quien compartían la mitad de la cosecha.
Los habitantes primarios sufrieron los vaivenes de la fortuna que le tocó en suerte al país entero. La Revolución Mexicana estalló en 1910, y su belleza y su tragedia acompañaron a los mexicanos todos incluso mucho tiempo después de concluido el conflicto armado. El Varal no fue la excepción. Los hacendados de entonces entraron en pánico y, para evitar ser víctimas del pillaje propio de todo movimiento violento y por añadidura caótico, se refugiaron en los centros urbanos más cercanos: Pénjamo, Abasolo, Irapuato y algunos pueblos de Michoacán, como Pastor Ortiz. Casas y tierras fueron abandonadas. Los Cabrera fundadores no regresaron, habituados ya a la vida de los pequeños pueblos. Vendieron sus terrenos o asistieron con espanto al reparto agrario.
Al terminar el movimiento armado, hacia 1920 arriban nuevas migraciones: iguales apellidos pero de distintas ramas. Es cuando empiezan a llegar los Cabrera actuales, unos procedentes de Dolores Hidalgo, Guanajuato, y otros de Michoacán y los Altos de Jalisco. Es un momento de refundación, en que El Varal comienza a adquirir la configuración que tiene en la actualidad, a partir del fraccionamiento en lote de los terrenos abandonados por los hacendados y vueltos luego ejido y otros vendidos por sus dueños originales.
Pasado el movimiento revolucionario y posteriormente la guerra cristera (1926–1929), de los cuales hay ya escasa memoria en la localidad, se reinicia una tercera oleada de migrantes. Es cuando aparecen otros apellidos acompañados con nuevos rostros: los Zavala, los Cruz, los Espitia, los Solórzano, los Vargas, etc. Es el momento en que el pequeño poblado adquiere su identidad actual: alrededor de 1935 por primera vez se le empieza a llamar “El Varal de Cabrera”. Este apelativo proviene, pues, de los nuevos Cabrera llegados de lugares diversos, que no tienen nada que ver con los Cabrera fundadores.
En este punto se inicia otra, a veces alucinante y otras veces mágica, historia varaleña, que procreó y cobijó seres de suertes tan dispares, unas tan cortas como el suspiro de un relámpago y otras tan dilatadas en el tiempo que semejan ser inmortales. En El Varal ha habido vidas segadas por las violencias más insólitamente irracionales y otras tamizadas por ribetes que tocan el heroísmo. Ha habido vidas cortadas por el viento trágico de un sueño y destinos forjados al amparo del solo desamparo, desde el cual han construido sueños individuales y colectivos haciendo que se abran los ojos de personajes variopintos, correosos en el ver y el creer. Pero esas, las historias personales, las familiares, deben ser motivo de otros escritos, en los que se acomoden todos los nombres posibles y sea posible reconstruir el pasado reciente con sus múltiples cambios y reseñar tan sólo las transformaciones de las que hemos sido testigos.
[1] Sus coordenadas son: 20° 20' 59" de latitud Norte y 101° 36' 8" de longitud Oeste (http://wikimapia.org/7712359/es/El-Varal-de-Cabrera). Se encuentra a 1 695 metros sobre el nivel del mar y tiene una población de 1 060 personas: 595 mujeres y 465 hombres, que viven en 260 hogares (http://mexico.pueblosamerica.com/foto/el-varal-5).
[2] La Wikipedia dice que su origen es China, aunque luego agrega de manera enigmática que es “probablemente originaria de los Balcanes”. En varios lugares se le conoce con nombres diferentes: malva real, malva isabela, malvarrosa, malvavisco de flor, malva jaspeada, malvón silvestre, malva de las Indias, malva de la princesa, malva sencilla, cañamera real y muchos más. En Guatemala es conocida también como vara de San José y en la República Dominicana el nombre se hace diminutivo: varita de San José. De vida perenne o bienal (dos años), llega a medir hasta dos metros y medio de altura. Su tallo y sus hojas tienen pelos estrellados (o pubescencias). Sus hojas se distribuyen en el tallo de manera alterna y están dentadas, con el limbo áspero y rugoso. Sus flores cuentan con pétalos ovalados y axiales; carecen de aroma. En algunos lugares la usan en tés y como colorante del vino. Tiene propiedades expectorantes, emolientes, diuréticas y laxantes. Mayor información en:
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